Candela Ibáñez
Actualizado
En aquellos días en los que las redes sociales aún eran un territorio en expansión, las alarmas saltaban por aquellos retos que ponían en riesgo la vida de quienes se aventuraban a realizarlos, como es el caso de la Ballena Azul. Un challenge macabro para jóvenes donde la prueba final era el suicidio. Ahora, la búsqueda de notoriedad en aplicaciones como TikTok o Instagram ha mutado en retos aún más grotescos. El último vídeo viral —y uno de los más comentados en otras redes como X (antes Twitter)— documenta a una joven abandonando su ropa interior usada entre la comida de un supermercado.
Chloe López, una influencer británica y creadora de contenido para adultos en OnlyFans, es la protagonista de este último vídeo viral. Por un puñado de likes esta mujer esconde su ropa interior entre los panes y dulces del supermercado Mercadona. Este tipo de actos —a los que acostumbra llamar «donaciones»— acumulan más de 10.000, 20.000 o, incluso, 40.000 me gustas en redes como Instagram.
Los 177.000 seguidores —que, supuestamente, ha ganado en menos de un añocon su perfil de Instagram @chloejadelopez— han sido testigos directos del rastro que la británica ha dejado en España. Los municipios alicantinos de Calpe y Denia han sido sus mayores víctimas.
Gasolineras, cafeterías, zonas de paso o, incluso, el busto dedicado al tenor de ópera Antonio Cortis han recibido sus donaciones lenceras. Este trend —que ella mismo ha creado— no es más que una maniobra calculada para volverse viral. El fin es simple: atraer el mayor número de adeptos posible y, con ello, promocionar su perfil de OnlyFans, con el que monetiza su contenido gracias a la suscripciones de los interesados en el perfil.
Aunque en sus vídeos las personas que la observan en los establecimientos muestran una gran indiferencia y continúan con sus rutinas, en las redes sociales el escándalo ha sido inevitable. «Es un acto sumamente desconsiderado» o «no tiene gracia» son algunos de los comentarios más repetidos en las diferentes publicaciones de su perfil. Otros usuarios instan a los supermercados a interponer una denuncia contra ella por considerarlo un delito contra la salud pública de los compradores.
Para saber más
- Redacción: ARIANA CALVACHI
- Redacción: JULIA VALDERRAMA
- Redacción: CHEMA RODRÍGUEZ Huelva
Otro de los últimos retos virales absurdos fue el llamado Bird Box Challenge. Adolescentes y jóvenes se vendaban los ojos, emulando a Sandra Bullock en el thriller apocalíptico A ciegas. A tientas, intentaban completar diferentes tareas cotidianas como conducir vehículos que, bajo la ceguera autoimpuesta, se convertían en actos temerarios. Netflix, la plataforma que distribuyó la película, incluso llegó a emitir un comunicado pidiendo a los usuarios que detuvieran la locura. Pero el mensaje, como tantos otros, cayó en oídos sordos.
Dentro de este mundo virtual, en Estados Unidos ganó bastante popularidad el conocido como Extreme Prank Challenge. La insensata audacia llevaba a los creadores de contenidos a hacer bromas extremas y perturbadoras en espacios públicos. Simular asaltos, accidentes o provocar situaciones de pánico colectivo era lo más habitual. Todo era válido para conseguir captar las reacciones de terror de los desconocidos con el fin de lograr viralidad en la red.
Ya durante la pandemia el auge de los retos virales en las redes sociales traspasó los límites de lo imaginado, revelando incluso hasta dónde podía llegar la inconsciencia humana. Numerosos usuarios comenzaron a beber lejía, creyendo erróneamente que estas prácticas podían ofrecer alguna protección contra el coronavirus. Una muestra de la fragilidad de la psique humana en tiempos difíciles. La desinformación y la falta de supervisión de un algoritmo alimentado por visitas fueron los causantes de la difusión rápida y desmedida de este tipo de conductas.
En España son habituales challenges como «beso o cachetada», una microviolencia disfrazada de juego. El tiktoker se acerca a una desconocida y lanza la pregunta que, en estos tiempos, parece tener el peso de una sentencia: «¿Beso o cachetada?».
La lógica del reto es sencilla y perversa. Él plantea una pregunta previa, cualquier cosa absurda que poco importa, y la respuesta correcta o incorrecta define el destino de la situación. Si ella falla, él hace lo que ella ha elegido de antemano (un beso o una cachetada). En cada respuesta, hay una delgada línea que se cruza, donde el consentimiento es una palabra vacía, donde el espacio personal es una ilusión. En estos vídeos, el contacto es forzado, la intimidad es impuesta y la risa que sigue es siempre una risa incómoda y forzada.
Gran parte de este contenido apenas supera los 15 segundos de duración. La mayoría de ellos, arrojados por el algoritmo, siguen el mismo patrón o estrategia, porque eso es lo que funciona. Entre los creadores más jóvenes lo que más triunfan son las entrevistas comprometedoras a desconocidos que paran en los sitios más concurridos de las grandes ciudades, como es el caso de la plaza de Callao, en pleno centro de Madrid.
Algunos preguntan si cambiaría a su pareja por una cantidad surrealista de dinero, el mensaje que le dedicarían a su ex pareja, las infidelidades cometidas y el porqué de las mismas... Casi todas las entrevistas de este tipo arrojan contenido cargado de morbo que, posiblemente, vaya a ser consumido por menores de edad o adultos jóvenes.
Con cada nuevo desafío se revela la superficialidad y el lado más oscuro de la cultura digital. La dignidad humana y el respeto por los demás son el precio que algunos están dispuestos a usar como moneda de cambio por un puñado de me gustas y visualizaciones.
